"¿Por que me juzgan? ¿Con qué derecho? Todos ustedes son funcionarios, luego elévenme un monumento; y que acabe mi vida con la gloria que merezco.
Jueces son, luego funcionarios, dependientes de superiores; el ministro en el altar mayor, el subsecretario a la derecha y el oficial mayor a la izquierda. No juego con las palabras.Jamás jugué. Si lo hice, no me acuerdo. Lo maté por viejo. No él, yo.
Señores: llevo cuarenta y dos años en la administración. Fui ascendido en el escalafón por el único mérito que tengo en cuenta: la antigüedad. ¿Como, a punto de jubilarme, pude hacer lo que hice? Un poco por todos. A ver si sirve de lección y de escarmiento, que no son sinónimos.
Con cada nuevo presidente, en cada departamento, secretaría, ministerio, oficina, sección, dependencia, llega el nuevo jefe. Por lo menos en este país. Dije "llega" por ustedes, por mí, a Dios gracias, ya no llegará. Si mi gesto no tiene el alcance que me propuse, la culpa no será mía. Las situaciones políticas varían -dicen-; será verdad o no; lo ignoro. Los que sí cambian son los jefes, su persona; que tales, no. Y tampoco en su edad, siempre son de la "nueva hornada". Por lo menos la dirección a la que fui adscrito hace veintiocho años. Aseguran que han estudiado, tienen títulos. Es posible. No lo niego, no lo dudo. ¿Y por qué? ¿Qué tienen el saber que otorga a los jóvenes lo que la vida niega a los que no lo son?.
Yo no pude -no quise- estudiar; para el caso es lo mismo. El hecho es que llevo 42 años en el ministerio, 28 en la dirección -ya lo dije-, 17 en mi departamento. He visto desfilar 22 jefes, de 30 a 44 años.
Mientras los tuve -esos años- no me importaron las observaciones, regaños, destemplanzas, vinieran o no a cuento. La razón tiene poco que ver con la vida. La prueba el hecho mismo de que los jóvenes se atrevan sin pensar a ordenar a los viejos.
Hubo la revolución o las revoluciones; a mi no me importa la política; no tiene nada que ver con la burocracia, que es inmortal. Pero sí con lo que sucedió: el nuevo Jefe señores, como ustedes saben, cometió la avilantez de no tener sino 24 años. Era mas de lo que un hombre de mi edad podía aguantar. Reconozco premeditación, no la alevosía, y me vanaglorio de ello. Espero con tranquilidad su fallo que, si ha de estar de acuerdo con la Historia, asegurará mis años la gloria que, aunque ustedes no quieran, ya nadie me quitará.
Los mequetrefes, señores, por muy listos que sean, por mucho que harán es-tudiado, jamas deben pasar por encima de los viejos oficinistas subalternos como yo que fui meritorio, suplente, supernumerario, temporero, ayudante y todo lo que hay que ser antes de conseguir plaza de planta, antes de verme en la nomina de base. Y me trato co-mo si estuviera al cabo de la calle: Haga esto.
- Mire señor... Quería un absurdo. No había remedio. Había que hacer un escarmiento. O nos respetan o nosotros, pasaremos sobre sus cadáveres, como lo hice sobre ese, que podía haber sido el de mi hijo. Tal vez lo fuera: al fin y al cabo nació en la ciudad y en el año en el que hice allí, mi servicio militar."
Cuantas personas mayores se encuentran a día de hoy en la calle, porque un joven ha ocupado su puesto. Claro, esta recien titulado, seguramente cobrará menos y es "sangre nueva".
La vida es así de dura.